domingo, 1 de enero de 2012

Sobre ÉTICA y Fallas Morales

La condena del señor Falo

Marcelo Falo era un respetable empleado legislativo, al que sus superiores lo veían capaz y responsable.

Eduardo Bocco “Temas” © La Voz del Interior 31/12/2011

Marcelo Falo era un respetable empleado legislativo, al que sus superiores lo veían capaz y responsable. Curiosamente, sorprendía por sus conocimientos contables y su racionalidad. Sin embargo, carecía de títulos universitarios, cosa que nunca le gustó decir. Quién sabe por qué, el dependiente calificado nunca recibió un título de educación superior.

El joven simpático, responsable y eficiente se fue haciendo un camino y de pronto se ganó la confianza de José Manuel de la Sota, a quien acompañó en sus gestiones en la Provincia, en especial en la segunda, donde se convirtió en una suerte de hombre fuerte del gobierno.

Allí comenzó a aparecer un rasgo desconocido públicamente: la petulancia y la soberbia. De allí a tener aspiraciones propias y creerse un “sabelotodo” y un “todolopuedo”, hay poca distancia.

De pronto, guardó bien guardada su vida austera y trepó a un nivel mucho más acomodado, al que le adosó un toque de exhibicionismo.

Relojes, ropa importada y la infaltable cuatro por cuatro se convirtieron en algo de todos los días para él.

Su apetito por el poder se plasmó en un proyecto concreto: ser intendente de Córdoba en 2011. Como no tuvo aval político y económico expreso para su aventura, armó un esquema financiero propio tan archiconocido como peligroso y que en la city llaman “bicicleta”.

El sueño se hizo trizas cuando uno de los tantos acreedores del ex funcionario provincial se presentó en la Justicia. En realidad, el sueño de Falo no terminó allí, sino cuando sus trapisondas tomaron estado público y Córdoba se enteró de lo que en realidad estaba haciendo este ex niño maravilla, mientras preparaba su candidatura a intendente de la ciudad de Córdoba.

El miércoles pasado, un juez provincial sobreseyó a Falo. Para la ley, no cometió estafa. Librar cheques sin fondo y, tal vez, aprovecharse de su influencia como hombre público no es delito. No se comprobó una actitud dolosa y no hay una figura en el derecho penal que reprima a los embaucadores de esa laya.

Ahora, Falo está mano a mano con la ley. En esa causa, al menos, no luce el calificativo de “imputado”.

Sin embargo, la gente piensa otra cosa. Falo ganó una batalla, pero la guerra la deberá seguir dando. Y perdió, pierde y perderá muchísimas batallas más. Esas pequeñas guerras que se dan en un bar, en un parque público o en el área peatonal, y un Juan Pueblo cualquiera que lo reconoce lo insulta o le recuerda con palabras soeces sus desventuras.

Por eso, Falo no podrá pasear tranquilo por la ciudad. No podrá ir a tomar un helado o hacer un trámite tan fácilmente como cualquiera de los mortales que camina por la vida sin deberle nada a nadie. Siempre habrá una voz condenatoria, que durará hasta que la gente lo disponga. Así son las cosas.
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